DESARROLLISTAS VS. ECOFUNDAMENTALISTAS
Sólo el tiempo mostrará por cuál camino el país caminará, pero lo cierto es que será la ciudadanía la que sentirá los efectos de este debate.
Uno de los aspectos más notables de la reciente Conferencia Mundial de los Pueblos sobre el Cambio Climático que tuvo lugar en Tiquipaya hace unos días, fue la profunda divergencia entre dos corrientes en que tiende a dividirse el movimiento ecologista mundial: la “desarrollista” y la “ecofundamentalista”, que es como mutuamente se califican en tono despectivo los ideólogos identificados con cada una de ellas.
Los debates entre ambas corrientes pueden parecer ociosos e inofensivos, y de hecho lo son, mientras se producen en el terreno de las abstractas elucubraciones teóricas. Pero adquieren trascendental importancia cuando dejan de ser una exquisitez intelectual y es todo un país, en este caso Bolivia, el escenario de sus disputas. Y más aún cuando son las decisiones de política económica y sus consecuencias prácticas los instrumentos empleados en confrontación. Cuando eso ocurre, hay motivos para temer desastrosos resultados.
Eso exactamente es lo que está ocurriendo en el país, como es fácil constatar al ver la forma sinuosa e incoherente como está siendo conducida la economía nacional. Mientras una fracción gubernamental —la “desarrollista”— se empeña en conseguir capitales y suscribir contratos para abrir caminos, hacer nuevas exploraciones petroleras, dragar ríos para hacerlos navegables y construir en ellos grandes represas, o instalar fábricas de papel, la otra —la “ecofundamentalista”— trabaja con el mismo denuedo para impedir que tales proyectos se lleven a cabo exitosamente. Y todos actúan en nombre de la misma causa, del mismo “proceso de cambio”.
Una muy elocuente muestra tal disociación es la enorme diferencia que hay en los discursos de las principales autoridades gubernamentales según cuál sea el auditorio al que se dirigen y la facilidad con que pasan de las radicales arengas anticapitalistas y antimodernas a los desaforados alegatos en defensa de un plan de desarrollo económico basado en los ya clásicos paradigmas nacidos de la decimonónica revolución industrial.
Los mensajes del Vicepresidente del Estado Plurinacional son los más elocuentes al respecto. “Vamos a construir carreteras, vamos a perforar pozos, vamos a industrializar nuestro país preservando nuestros recursos en consulta con los pueblos. (…) No nos vamos a convertir en guardabosques de las potencias del norte que viven felices y mientras nosotros seguimos en la mendicidad”, ha dicho recientemente, a tiempo de descalificar a quienes cuestionan los cinco pilares sobre los que se sostiene el plan de desarrollo que el gobierno se propone ejecutar durante los próximos cinco años.
Las consecuencias prácticas que se pueden esperar de tan contradictoria manera de pensar y actuar son muchas. En lo económico, como ya se ve, los continuos traspiés y la pérdida de oportunidades para desarrollar las principales bases de la economía nacional. Y en lo político y social, sólo cabe esperar el continuo incremento de conflictos ocasionados por la imposibilidad de satisfacer simultáneamente expectativas tan diversas.
Sólo el tiempo mostrará por cuál camino se anda, pero lo cierto es que será la ciudadanía la que sentirá los efectos de este debate.
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